Inmensidad
De golpe la inmensa e infinita oscuridad. A lo lejos se ven unas luces solitarias, que, en sintonía, forman algo así como una constelación. A su izquierda otras luces más grandes, igual atrás, abajo, arriba. Por todas partes. Nada tiene principio ni fin, no hay dimensiones ni formas, solo la de aquellas luces lejanas, que forman singulares grupos bien definidos. ¿Cómo llegó ahí? ¿Cómo se llama? ¿De dónde viene o a dónde va? ¿Dónde se encontraba? No le importaba eso. Lo primero que aprendió fue que podía moverse flotando o, volando, o lo que sea que estuviera haciendo, ya que en ese lugar el desplazarse no tenía alguna definición exacta, porque el espacio no era adjunto a la realidad. Pero todas estas observaciones son inútiles, ya que él no las tomaba en cuenta, el sólo se movía. Y lo hacía porque lo encontraba divertido, y también porque consideraba innecesario quedarse ahí inmóvil pensando sobre lo que acontecía, y quizás había aprendido que nada era mejor que moverse y encontrar la diversión, pero en verdad, que eso tampoco representaba nada para él, sólo lo hacía y ya. Con agilidad se desplazaba a través de la oscuridad, y en verdad que cualquier ser humano verdadero se pondría a pensar cómo lo hace, y por qué y para qué. Pero ya no se hacían muchos humanos verdaderos.
Pronto se adaptó a su situación y llegó a moverse tan rápido como los rayos de luz que pasaban por él, aprendió a conocer para que servía cada rayo de luz y como los podía usar para aprender a desviarse y a moverse mejor. Nada importaba más que desplazarse y todo lo que conllevara a desplazarse. Eso era vida, moverse y desplazarse, y orgullosamente hizo algo que no era normal de acuerdo a las reglas de vida de ese bizarro espacio, aprender de las luces.
Llegó un punto en que se convirtió un maestro en esto, su obligación era buscar a los rayos de luz, para así moverse junto con ellos, y estar feliz. La búsqueda le molestaba, era como su deber ya que dada su inferioridad física a las luces no podía desplazarse naturalmente, pero observándolas y explotándolas podía moverse aún mejor que ellas y vivir. Y así fue durante algún tiempo. Las luces siempre hacían lo mismo a su parecer, y él también, pero cada día mejor, buscando nuevas formas de desplazarse o haciéndolo más rápido o con menos esfuerzo. Notablemente era un ser muy avanzado.
Muchas veces vio morir o desviarse de su camino a los rayos de luz. Algunas veces lo inquietaba, otras veces simplemente lo ignoraba y seguía desplazándose, por qué era lo que sabía hacer, lo que lo satisfacía.
Y de tanto estudiarlas, aprendió algunas cosas sobre ellas, como hacia dónde iban o de dónde venían, o la velocidad que llegaban a alcanzar, o su funcionamiento, ya que todo esto le ayuda a desplazarse mejor, pero jamás profundizó en su estudio como para describir su singular belleza, con su elegante porte e ímpetu al desplazarse, penetrando la inmensidad para seguir su camino hacia la eternidad, siempre moviéndose, sin tambalearse, sin que su recto camino tuviera tropiezos o algún desperfecto, una línea recta perfecta, sin la más mínima falla en su funcionamiento, ni siquiera al cambiar de dirección su rayo abandona la constancia, si va hacia arriba, izquierda o derecha, simplemente lo hace sin deslices, sin que su eje tuviera dobleces o perforaciones, simplemente era perfecto, tomaban la inclinación necesaria pero aún así seguían rectas. ¡Y qué decir de su sonido! Un sonido ciertamente difícil de entender, un sonido que siempre iba con ellas, jamás cambiaba de tono o disminuía, tampoco aumentaba o cambiaba de sentido. Su sonido era como música perfecta, con una sensación de inmensidad y sublimidad, un sonido simplemente inmortal. Pero todo esto tampoco le era de relevancia. Nunca supo apreciar y detenerse para contemplar verdaderamente a los rayos, y el sonido que producían era simplemente un acompañamiento más el cual se dejaba pasar, como los rayos de luz.
Nunca aprendió a apreciar la perfección de los rayos de luz, podía llegar a ser más rápido que ellos, pero nunca pudo desviarse sin tambalearse como ellos, pero él se desviaba simplemente porque sí, mientras que la luz lo hacía con sentido. Pero no sentido en cuanto a dirección, sino a significado, muchas veces se desviaban los rayos de luz entusiasmados por algún otro acontecimiento, o para llevar luz a alguna otra parte de la oscuridad; sin embargo, se desviaba porque así solía suceder, y no por ningún motivo en especial, más que por el simple placer de moverse.
Un día se convirtió en un ente muy avanzado, por lo cual aprendió a comunicarse con la luz, que no era mediante el habla, si no mediante movimientos, pero sólo lo podían hacer los rayos de luz igualmente avanzados que en realidad eran muchos.
Ahora seguía a los rayos de luz avanzados, que le daban consejos respecto a su modo de desplazarse y a los lugares donde debía conducirse, y generalmente los seguía, y vio muchas veces como algunos de ellos morían en su intento por llevar la luz por aquí y por allá.
Pero era joven, y aunque lo conmoviera un poco la muerte de los rayos, tenía que seguir adelante y desplazarse, pero si realmente comprendiera lo que es la muerte de los rayos, se volvería tan avanzado como ellos, porque en realidad los rayos no morían, el contexto de muerte no es apropiado para ellos, ellos simplemente se perdían en la eternidad, se perdían por que realmente aprendieron el sentido de su actividad sempiterna y su entusiasmo los conducía a la lejana eternidad.
Y así transcurrió el tiempo, si es que le podemos llamar tiempo, ya que en este lugar el tiempo no existe, es solo algo relativo que se usa para poder medir el desplazamiento, aunque la medición tampoco existía, era sólo un invento para facilitar el desplazamiento.
Hasta que hubo una gran explosión, pero no una explosión cualquiera, no explotó la fuerza y la luz, explotó la nada y la oscuridad, absorbiendo mucha luz.
Los rayos de luz se preocuparon, pensaron que se les podía acabar la inmensidad, el espacio donde podían alcanzar la eternidad, así que se reunieron. Empezaron a ponderar sobre el tema y empezaron a tomar medidas al respecto. Daban precauciones y recomendaciones, era necesario moverse menos para darle tiempo a la inmensidad de que se recupere.
Parece increíble que estas entidades tan avanzadas usaran un lenguaje tan primitivo para describir lo que estaba sucediendo, pero tuvieron que hacerlo así para que los demás entendieran. Pero él no entendió, no quiso entender y se reusó a hacerlo por su paranoia a la perfección, por su desentendimiento de la inmensidad y porque prefería seguirse desplazando.
Y muchos lo emularon, creían que todo era una mentira y que los seres avanzados eran opresores y amargados, así que siguieron desplazándose como lo hacían antes, por el gusto de desplazarse y sin control, por lo que hubo explosiones más frecuentes, si bien aisladas, pero cada vez más frecuentes. Estaban tan concentrados en su desplazamiento que se olvidaban de comunicarse con los rayos avanzados, y él estaba tan obstinado en su movimiento que generalmente ignoraba las explosiones que cada vez más acababan con la inmensidad. Su argumento es que la inmensidad no tenía fin, pero se olvida que tampoco tiene principio, en realidad la inmensidad no se acaba, simplemente son los rayos y su ser mismo quienes lo hacen.
Y es que su desplazamiento tan habitual así como variado y majestuoso era monótono e insignificante, un desplazamiento que simplemente es un desplazamiento, tendrá varias características, pero no adjetivos, no sabía darle adjetivos a su desplazamiento, fiel a las leyes de la naturaleza y la vida, con su propio toque, pero de algún modo automático, sin alguna elevación.
Así que las explosiones continuaron sin parar para el desasosiego de los rayos avanzados, que veían tristemente como la inmensidad se iba desgastando para ellos, cómo no podían alcanzar la eternidad, mientras los demás continuaban alegremente con gracia desplazándose por la inmensa oscuridad, iluminando por doquier, tomando direcciones y llegando a varios cuerpos que les absorbían su luminosidad, un ritual infinito que era lo que los convertía en rayos de luz, y el cual seguían por el simple gusto de ser un rayo.
La inmensidad seguía extinguiéndose poco a poco, un proceso paulatino y doloroso lleno de explosiones, absorbiendo cada vez más y más luz, emitiendo un sonido que callaba a los demás, para después desaparecer, los rayos avanzados seguían alertando respecto a esto, pero los demás hicieron caso omiso y siguieron moviéndose, hasta que hubo una gran explosión, el movimiento de los rayos, perfecto, rápido, potente, pero también sin significado, un desplazamiento que existía solo por existir, terminó con la inmensidad.
Para su conciencia, no fue la muerte lo que lo afligió, tampoco la pérdida de la inmensidad, el lugar donde se desenvolvía su existencia, ni la total ausencia de luz, lo que realmente lo acongojó fue que ya no se pedía desplazar.
Mientras, los rayos avanzados se preocupaban por la ausencia de luz, porque su inmensidad se desvaneció para ellos, aunque sabían que la inmensidad existía ahí pero ya no para ellos, y sobre todo, por su muerte.
Un silencio magistral y espeluznante reinaba en la inmensidad, la inmensidad seguía ahí, la inmensidad no se preocupó por los rayos, eran los rayos los que se tenían que preocupar por la inmensidad, pero solo andaban velozmente surcando la inmensidad desplazándose, aun los más avanzados no se dieron cuenta de lo que sucedía del otro lado de la inmensidad. Un enorme centello de luz, tan grande que solo la inmensidad lo puede alojar, iba pujante creciendo por la inmensidad, obligando a la oscuridad a expandirse a otra parte, por lo cual los rayos de luz antiguos desaparecieron para que surgieran nuevos.
Nuevos rayos de luz, todos hijos de esa gran masa luminosa inmersa en la inmensidad, rayos de luz más avanzados que los anteriores, podían comunicarse sin hacer movimientos,, podían llevar la luz a más partes de la inmensidad, podían desplazarse más rápido, todo lo que hacían era más brillante que los rayos de luz anteriores.
El gran centello de luz era tan grande, que los rayos de luz abarcaron toda la inmensidad por su tamaño y su número, y fue entonces cuando fue indispensable elegir un líder que organizara los desplazamientos.
Había varios rayos que sobresalían por los demás, cada uno tenía sus ideas para desplazar a los rayos y continuar con el desplazamiento a su manera.
Estaban el rayo de color brillante y llamativo, con una atracción natural por su color, un color que era agradable y el cual te atrapaba en un instante, rojo de compañerismo, amor, vigor, fuerza, movimiento, pero igualmente traición e hipocresía.
También la opción del rayo triangular, denotaba bienestar y felicidad, haría lo que fuera necesario para que todos los rayos pudieran desplazarse bien.
Y estaba el rayo sin color ni forma definida, había aprendido a refractarse y adquirir cualquiera identidad, y así, abarcó todo lo que pudo.
Ganó el de color brillante, que dejó a los demás desplazarse a su comodidad, y aparentemente hubo felicidad y movimiento.
El rayo triangular empezó a criticar al de color brillante, pero nadie lo escuchaba.
Mientras que el que no tenía forma ni color exacto, murió en el intento de ayudar a otra luz que al desplazarse por toda la inmensidad encontró extinguiéndose.
Algunos rayos no comprendieron esta acción, pero la mayoría no lo notó y siguió en su despilfarre de movimiento. Otros se burlaron y estaban satisfechos porque ellos sí perduraban desplazándose.
Así la inmensidad se llenó de luz y movimiento, un hermoso espectáculo, una sinfonía infinita, una canción que estaba ahí pero no decía nada, hasta que de nuevo todo se extinguió. Otra gran explosión: la luz que se estaba extinguiendo era la que dotaba de vida a la gran luz, y al acabarse, se acabó la luz abruptamente.
Y todos los rayos se lamentaron, no porque se murió su gran madre, ni porque la inmensidad se acabó para ellos, ni siquiera su propia muerte, se angustiaron porque no podían seguir moviéndose.
Fue entonces cuando despertó.
Un sueño, el más raro que ha tenido. Con exaltación, salió de su cama de un brinco y miró por la ventana. Los rayos del sol seguían ahí, moviéndose y enviando su luz a todos los cuerpos. Vio la ciudad y su cuarto. Estaba en la realidad de nuevo. Satisfecho porque pudo despertar, en su mundo, a seguirse desplazando una vez más.